Saltar al contenido
Dark

PCJHI6 05

09/02/2024

«¡R-Reaper!»

No era sorpresa que Arielle reconociera al dios, pero algo extraño estaba sucediendo. Arielle dio un paso atrás de manera apresurada, luego tropezó y aterrizó en la hierba. Empujó el césped con los pies para deslizarse más lejos de él, demasiado fuera de sí como para siquiera intentar levantarse de nuevo.

—Tú…

En ese momento, el dios tomó mi muñeca. —Vámonos.

—¿A dónde?

Mi muñeca se sentía caliente. O, para ser más exactos, la piel del dios se sentía especialmente cálida sobre la mía. Cosas extrañas les estaban sucediendo tanto a Arielle como al dios.

¿Qué estaba sucediendo?

—Volvamos.

—Pero…

El dios miró fríamente a Arielle. Fue entonces cuando recordé que yo también había sido la receptora de esa mirada antes: el día en que nos conocimos. Pensé que el dios había cambiado, poco a poco, pero tal vez ese cambio sólo se había limitado a mí.

Arielle se desplomó más sobre la hierba y rompió a llorar, como si su vida fuera la única tragedia que jamás haya existido.

—Arielle —dije. La llamé unas cuantas veces más, pero ella no me escuchaba. Me volví hacia el dios—. Respóndeme tú entonces.

Despegué su mano de mi muñeca. Parecía reacio a dejarla ir, pero finalmente cedió, a pesar de que podría haber sido mucho más firme si hubiera querido.

—¿Cuál es tu relación con ella? —pregunté—. ¿Qué es ella para ti y qué soy yo? ¿Hay algo que no me hayas dicho todavía?

Él no dijo nada.

—¡Oye! Te estoy hablando a ti.

El dios apartó sus ojos de mí. Intenté abrazarlo, pero él ya estaba caminando hacia Arielle, así que decidí simplemente mirar. Cuando Arielle notó que la sombra del dios se acercaba a ella, junto con más lluvia, sus hombros comenzaron a temblar visiblemente. Sus labios eran azules, y parecía que el temblor se debía más al frío que a la agitación.

—N-no te acerques a mí… ¡Detente! ¡Aléjate! ¡Piérdete! ¡Monstruo! ¡Demonio! —Arielle agarró ciegamente lo primero que sus manos pudieron alcanzar y se lo arrojó al dios: sólo un montón de hierba y barro.

—Regresa —dijo el dios.

—¡N…no! ¡No me iré! Por favor, por favor… ¿Por qué me haces esto…? ¿Soy la elegida, ¿verdad? —agarrando el dobladillo de la ropa del dios, se puso de rodillas—. Tú me elegiste, ¿no? De lo contrario… no habría… nunca habría…

Su rostro mostró un leve atisbo de esperanza mientras que las lágrimas, o tal vez lluvia, corrían por sus mejillas. El dios no dijo nada mientras miraba hacia su dirección. No pude ver su expresión ya que los estaba mirando desde atrás, pero por alguna razón, el rostro de Arielle se congeló. Ella se mordió el labio.

—Yo… estaba equivocada —dijo finalmente—. Así que, por favor, no me hagas regresar. ¡No quiero volver! Sé que no era mi lugar. ¡Sé que nada de eso era mío! Pero aún así, aún así… Hice un buen trabajo, ¿no es así? Cierto? ¡Si no fuera por ella, lo habría hecho aún mejor! ¡Es verdad! —gritó Arielle, señalándome con el dedo—. Ahora que todo esto ha sucedido, ¿no puedo continuar? Puedo hacer un mejor trabajo, en serio. Ella no puede… no podría hacerlo ni la mitad de bien. No tomé nada…

Su cara era espantosa y lastimera, pero no me di cuenta. Me acerqué y empujé al dios hacia un lado para poder pararme frente a Arielle. Luego me incliné y la levanté hacia mí sujetándola por el cuello, haciéndola ponerse de rodillas.

—¿Qué dijiste?

Miró a su alrededor frenéticamente pero no me respondió.

—¿Qué dijiste, Arielle?

—Yo…

—¿No era tu lugar?

El rostro de Arielle se contrajo de dolor, probablemente por mis dedos alrededor de su cuello. Apreté mis dientes para evitar que me temblara la barbilla y sentí una vena palpitar en mi frente, mientras luchaba por evitar perder completamente el control.

—Dímelo. Ahora.

Ella no dijo nada.

—¡Dije que me lo dijeras!

Arielle abrió la boca, pero antes de que pudiera decir algo, la sacudí violentamente de un lado a otro.

—¡¿Por qué lo hiciste?! —grité—. ¡¿Por qué?! ¿Por qué me harías esto?

—¡Porque te envidiaba! —Arielle sollozó—. ¡Estaba celosa! ¿Qué? ¿Eso era tan malo? Tú incluso dijiste que no lo era. Parecías tan segura hace un momento… ¿Por qué tienes que tenerlo todo? Yo también quería algo. ¿Por qué no puedo? ¡Me quitaste todo! Soy el personaje principal aquí, ¡pero también me quitaste eso!

—¡¿Quién diablos le quitó qué a quién?! —grité, hundiéndome de rodillas en el barro.

Arielle finalmente lo dijo. Ella me dijo la verdad —robé su lugar.

Fue devastador. Fue insoportable. Sentía mucho, mucho más que rabia.

—¿Qué vas a hacer al respecto? —dijo—. Pégame si quieres».

Me volví para mirar al dios. Los tres parecíamos estar enjaulados por una densa niebla y lluvia.

—¿Es verdad? —pregunté—. ¿Sabías todo?

El dios, sin decir palabra, me tendió la mano. Una gota de lluvia colgó en la punta de mi nariz mientras alejaba su mano de un golpe.

—Te hice una pregunta. Contéstame.

—Yo… no lo sabía —dijo, mirándome a los ojos—. Hasta que ese humano lo dijo.

Parpadeé, haciendo que gotas de lluvia cayeran de mis pestañas.

—Está bien —dije finalmente.

Le creí. A veces podía permanecer en silencio obstinadamente, o abrir la boca y ponerme de los nervios, pero una cosa que no hizo fue mentirme. Ese era el tipo de dios que era. Simplemente sentí frío, mucho frío. Temblando, me volví hacia Arielle y le pregunté: ¿Sabes lo que has hecho?

—No —espetó ella, luciendo agotada—. ¿Entonces era mentira que no lo recuerdas? —murmuró, mirándome fijamente—. Y ahora apareces con ese monstruo… Eres una verdadera perra.

—¿Cómo lograste engañar al dios y venir hasta aquí?

Arielle lo miró de soslayo y luego bajó mirada.

—No lo sé…

Enterré mi cara húmeda en mis palmas y lentamente me froté las mejillas. Todo fue inútil. El invitado que debía matar a la princesa ahora compartía una vida con ella.

¿Eso significaba que todos tendrían que morir? Me sentí desanimada, vacía y completamente desmotivada. ¿Con qué propósito y con qué convicción tenía que seguir viviendo? Yo era… la invitada. Podría haber vivido como Arielle, no como la princesa. ¿Pero y qué?

Estaba arruinada.

Justo en ese momento, algo metálico brilló frente a mí, e instintivamente me giré y me cubrí la cara con las manos. De repente sentí calor en el cuello, como si lo hubieran quemado, y la furia surgió dentro de mí.

Cuando Arielle intentó atacarme de nuevo, le torcí la muñeca tan fuerte como pude, sin contenerme. Dejó caer la daga.

—¡Argh!

Rápidamente la inmovilicé contra el suelo y me subí encima de ella, sujetándole ambas manos con un brazo. La daga brillaba a la luz de la luna cuando la recogí del barro. La apunté lejos de mí y coloqué la punta de la hoja hacia Arielle.

Luego levanté el brazo. —Te odio —le dije.

—Oh, ¿ahora tienes ganas de ser honesta? —escupió.

—Siempre te he odiado.

Oh Arielle, no tienes idea de lo que se siente odiar. Esta aversión sucia que simplemente no desaparece, como una gripe persistente… Esta frustración asfixiante. Intenté comprenderte, aceptarte e incluso ignorarte como último recurso, pero nunca cambiaste. Seguiste lastimándome, intentando matarme, y ahora no hay otra forma de explicar esta relación repugnante de la que no puedo escapar, aparte de decir que todo es odio.

¿Qué eres tú para mí?

—Arielle.

Ella encontró mi mirada.

—Creo que ahora es hora de terminar con las cosas.

Si matara a alguien por odio, entonces no podría hacer nada más en el futuro. Ni siquiera podría afirmar que esto fuera por un bien mayor. Pero tal vez eso no era tan malo. Ni siquiera quería saber qué me pasaría; sólo debería terminar con esto de una vez. Muere, Arielle. Dejemos atrás todas estas emociones de las que estoy tan harta, este pantano de desesperación.

—¡No, no…!

—Cierra los ojos, Arielle.

—¡No, no lo hagas! ¡Suéltame! ¡Detente! ¡Sálvame! ¡No!

Arielle me rasguñó la mano que sujetaba sus muñecas y luego se retorció frenéticamente, tratando de liberarse. Fue un espectáculo patético de ver.

—Todavía no he aprendido cómo hacerlo sin dolor —dije.

—Por favor, por favor…

Susurré: pero creo que puedo matarte en un solo intento.

Arielle comenzó a jadear desesperadamente, el terror aparentemente le hacía difícil respirar.

—Hermana, te lo ruego… —suplicó fervientemente.

Si así era como pensaste que las cosas terminarían, ¿por qué no te quedaste callada desde el principio? Arielle, estoy tan cansada.

—Por favor, por favor no…

El mundo estará bien sin ti, ¿verdad? Levanté la daga aún más alto y dije: cierra los ojos.

—¡Por favor, por favor! Hermana, te lo ruego, por favor-

En el momento en que quise balancearlo, Arielle gritó: ¡Lo siento!.

Cerré mis ojos.

—Lo… lo siento —repitió Arielle—. Por favor, hermana, perdóname.

Ahora estaba llorando, luciendo débil y vulnerable, sus sollozos y jadeos se prolongaban miserablemente.

—Estuvo mal de mi parte —resopló con fuerza.

—Me estás asustando- no lo hagas, no quiero morir, lo siento, perdóname hermana, lo siento, tengo miedo …

Reajusté mi agarre sobre la daga, todavía sosteniéndola en alto, y apreté la mandíbula.

Al ver mi expresión, Arielle suplicó aún más desesperadamente. Con voz afligida, me rogó que le perdonara la vida, que tenía miedo, que lo lamentaba -agarrándose a mi manga como si fuera su salvavidas, a pesar de que estaba a momentos de matarla. Blandí la daga y la planté en el suelo justo al lado de su cabeza, y luego me enderecé.

—Estoy tan harta de ti —dije—. Quiero que todo termine ahora…

Mis lágrimas eran calientes y saladas, a diferencia de la lluvia. Quería gritar, pero no estaba segura de qué. Cogí la daga de nuevo. Arielle apenas se había calmado cuando respiró hondo y gritó apresuradamente: ¡N-no! ¡No lo hagas! Lo siento-

—¿Perdón por qué? —pregunté.

—Por… intentar matarte.

Me reí de manera hueca. Los labios de Arielle eran azules. Probablemente éramos un desastre.

—Si te dejo vivir, ¿qué vas a hacer? —pregunté.

—Yo… no seré codiciosa. No tomaré más lo que es tuyo. Así que por favor no me mates.

Nunca cambias, ¿verdad?

Con ambas princesas desaparecidas, alguien saldría a buscarnos pronto, así que arrojé la daga a la hierba más allá de los arbustos y luego le tendí la mano al dios.

—Regresemos.

Él me puso de pie. Cuando solté a Arielle, ella se incorporó dubitativamente, agarrándose las muñecas doloridas. La miré por última vez. No tendría que advertirle de nuevo porque la próxima vez no habría una segunda oportunidad. Cuando comencé a alejarme, todo mi cuerpo empezó a temblar.

La mano del dios no había estado caliente; mi cuerpo estaba frío, tan frío como un cadáver.

AtrásNovelasMenúSiguiente

 

error: Content is protected !!