***
—¿Quién iba a decir que iba a ser tan difícil verle la cara? —exclamó una voz sarcástica en cuanto Arielle entró. Arielle se quitó la capucha y tomó asiento frente a Argen.
—¿Creías que sería fácil reunirte con una princesa?—dijo burlonamente,
—Oh, cierto. Bueno, llego un poco tarde, pero… enhorabuena por convertirse en princesa, Su Alteza.
Los ojos de Arielle recorrieron a Argen. Se veía perfectamente bien. Su brazo cortado estaba unido de nuevo y tenía ambos ojos. Al leer su mirada, se dibujó una sonrisa en los labios de Argen. —Sólo parece que estoy mejor, eso es todo. El tratamiento llegó demasiado tarde, así que ahora no puedo mover el brazo y estoy ciego de un ojo.
Arielle no dijo nada.
—Entonces, ¿qué piensas? De mi estado actual, quiero decir—. Esperó una respuesta que nunca llegó y continuó: Mientras tanto, tú… consigues ser princesa y tener todo lo que siempre has querido. Algo no cuadra.
—¿Y? —dijo ella
—Así que es hora de que cumplas tu promesa—. Argen se aferró a la mesa con su brazo sano y se puso de pie para elevarse sobre Arielle. —Me dijiste que me darías a la Princesa Elvia, ¿verdad? —Sonrió de nuevo, mostrando una hilera de dientes blancos.
—¿Fuiste tú quien la atacó? —preguntó Arielle.
La sonrisa de Argen desapareció mientras volvía a sentarse. —Podría decirse eso.
—¿Tu abuelo, entonces?
—¿Has venido hasta aquí sólo para preguntarme eso? Qué decepción.
Sus ojos eran cualquier cosa menos decepcionados: ardían de furia. Pero Arielle no prestó atención a su expresión.
—¿Por qué debería mantener mi promesa? —dijo.
—Su Alteza, el Duque, sigue vivo y fuerte.
Arielle resopló —¿No estaba encarcelado?
—No, sólo se está retirando por un momento. Un paso atrás, dos adelante, ¿sabes?
—¿Y tienes un plan?
—Su Alteza… Su Excelencia predice que usted se convertirá en la próxima Empetriz.
Arielle frunció el ceño.
—¿No lo entiende? No a la princesa Elvia, sino-
—¿Él se atreve a hacer predicciones sobre mí desde la cárcel?
—¿No desea el trono? —dijo Argen, sonando absolutamente seguro de sí mismo.
—Sé que lo hace.
¡Ding!
—La haré la próxima Emperatriz- siempre y cuando coopere.
***
Su ansiedad ha llegado al máximo, y ahora la Casa de los Dominat ha decidido poner todo su destino en tus manos. No tuvieron opción en esta decisión porque retrasaste reunirte con él por mucho tiempo. Esto también se debe a que su último recurso -el reciente intento de asesinato- no tuvo éxito.
Todo esto te beneficiará. Si aceptas, vendrán muchos peligros, pero si rechazas, tu primera preocupación será salir sana y salva de esta habitación.
A. Aceptar.
B. Dile que se lo curre.
C. Declinar.
D. Ofrecerle dormir aquí esta noche.
Esta oferta nunca se habría producido si yo no la hubiera frustrado una y otra vez. Realmente parecía el argumento de un juego o de una novela, aunque no lo fuera. Los intentos del «villano» por obstaculizar al protagonista siempre acaban creando una nueva e inesperada oportunidad para el «héroe». Este seguramente era un mensaje que me decía que nunca podría escapar a mi destino: que yo, como el villano, tenía que acabar muriendo por el bien del crecimiento del protagonista.
Este cuerpo fallido me seguía susurrando: Mira a Arielle. Todo es por tu culpa. Estás arruinando al personaje principal. ¿Cuánto tiempo vas a fingir lo contrario? Morirás de esta manera. Tú, y toda la gente que amas.
—¿Su Alteza? —Éclat hizo una pausa en su informe para mirarme fijamente.
Si yo moría, ¿se despertaría por fin una verdadera princesa? Al principio, nada de eso me había importado; no me habría importado cómo resultaría porque estaba convencida de que mi enemiga no era Arielle, sino algo mucho más allá de ella. Pero ahora había otro problema. Mis seres queridos. Temía que mis propias esperanzas acabaran con ellos.
—¿Qué pasa, Su Alteza? ¿Algo la está molestando-
—No, estoy bien —dije—. Continúa.
—Entonces, ¿debemos decirles a nuestros espías plantados en la finca que se vayan?
—Todavía no.
—Pero hemos encontrado al fabricante del veneno, así como a todos los testigos y pruebas. No ganamos nada quedándonos en la finca de Dominat y podrían atraparnos.
—Hay una cosa que siempre me he preguntado —dije.
¿Cómo se las había arreglado Arielle para unirse a Argen Dominat? ¿Qué podía haberle hecho creer las palabras de una doncella expulsada del palacio? ¿Una investigación de antecedentes? Incluso si hubiera averiguado que era hija de la niñera del emperador, no habría forma de demostrar quién era el padre, salvo por aquel collar.
Al principio, sólo lo había descartado como un objeto interesante y sorprendente. El único legado de la familia imperial: una joya que reacciona a la sangre y brilla. Un objeto que podía probar la sangre imperial de uno con sólo llevarlo. Varias veces, había oído a la gente llamar a Arielle «la princesa que regresó junto con el legado perdido».
—Ese collar —mencioné.
—Por el collar… ¿Se refiere al Collar de Sangre? —preguntó Eclat.
—Sí, a ese. ¿Podría haber dos?
—¿Disculpe? —era una pregunta al azar, pero Éclat la consideró seriamente—. No, no pueden haber dos.
—¿Por qué no? —recordé cómo la «evidencia» se habían convertido en «evidencia de traición».
—Es un objeto único y definitivo, del que sólo puede existir uno, tal como sólo puede haber uno de Su Majestad el Emperador.
—Pero si hubiera otro —continué—. ¿Y si alguien ocultara su existencia del palacio imperial?… Entonces… ese alguien sería sospechoso de traición.
Éclat comprendió de inmediato. —¿Es este el objeto que hemos estado buscando?
—Ahora sólo necesito probar mi corazonada.
Puede que la sangre de Dominat se haya diluido con los años, pero aún podría ser suficiente para que el collar reaccionara. En ese caso, esta evidencia de traición funcionaría simultáneamente para justificar esa misma traición.
-Voy a necesitar un día libre, Su Alteza.
-Por supuesto.
Así que, Arielle estaba aliándose oficialmente con los Dominat, ¿no? La mejor manera de detenerla… sería asegurarse de que no hubiera ninguna mano que tomar en primer lugar.
—Por favor, vuelva a la cama ahora, Su Alteza —dijo Éclat con severidad, retirando las mantas para que me metiera en la cama.
—Pero no he terminado —protesté.
—Puede esperar.
Como no metí los pies bajo las sábanas, Éclat me miró fijamente.
—¿Podríamos recostarnos y hablar? —sugerí.
—Su Alteza… no es el fin del mundo si descansa unos días.
Tenía razón, pero simplemente no podía forzarme a hacerlo. Me sentía extrañamente incómoda cuando no tenía nada que me mantuviera ocupada. Pero aun así, por alguna razón, me sentí creyendo lo que había dicho: me había hecho sentir más tranquila. No mucho, pero un poco.
De repente se me ocurrió algo.
—El tiempo es mucho más cálido estos días —mencioné.
—No, Su Alteza. No puede salir.
—Aún así, no olvides abrigarte, incluso aunque no parezca hacer tanto frío —le aconsejé—. Es más fácil resfriarse cuando cambian las estaciones.
—Sí, Su Alteza. Ahora recuéstese.
No parecía disfrutar hablando del clima.
***
Era de nuevo la mañana. Etsen llegó al palacio antes de lo habitual. —Parece que tienes algo que decir —le dije.
—Tengo una petición, Su Alteza.
Arielle había seleccionado «D» anoche… Ofrecerse a dormir aquí esta noche.
No había dormido nada debido a las notificaciones esporádicas que aparecían a lo largo de la noche. Aunque Éclat me había subido las mantas hasta la barbilla e incluso me había dado un vaso de leche caliente, no había sido suficiente para conciliar el sueño. No hubo nada útil en las notificaciones que habían aparecido mientras Arielle batallaba con Argen en la cama, pero aun así tenía que comprobarlo cada vez que aparecían, por si pudiera haber alguna pista importante.
Ahora tenía un dolor de cabeza palpitante. Parecía que tendría que volver a tener en cuenta la destreza sexual de Arielle. Quiero decir, cómo era que aquella mujer ni siquiera se paraba a comprobar si estaban podridos o frescos, mientras que tuvieran una cara decente… Uf, no importa, pensé con un suspiro.
—Perdóneme, Su Alteza —dijo—. Es sólo una pequeña petición, así que espero que pueda considerarla.
—¿Eh? —le hice un gesto débil con la mano—. No, no. Estaba pensando en otra cosa. Entonces, ¿cuál es tu petición?
—Necesito algo de tiempo para ocuparme de… asuntos personales.
Con todo lo que había pasado anoche, podía entender que estuviera preocupado por Arielle. No podía obligarlo a quedarse a mi lado cuando su corazón estaba claramente en otra parte.
—¿Podría irme un poco antes por el momento, Su Alteza?
—Puedes hacerlo —respondí de buena gana.
Etsen me miró un momento y luego bajó la mirada, como de costumbre. No tenía idea de lo que pasaba por su mente en ese momento, pero había algo que quería decirle.
—Sólo… no te esfuerces demasiado —le dije.
No contestó. No era que esperara que lo hiciera.
***
—¿No está haciendo las maletas, Su Alteza? —preguntó el ayudante al ver que el príncipe heredero no se preparaba para partir. Kairos se sentó junto al alféizar y balanceó las piernas distraídamente.
—No.
—¿Por qué no? ¿No tiene nada que empacar? —inquirió el ayudante, volviéndose para mirarlo, desconcertado. La cálida luz del sol se colaba por la ventana, acompañada de vientos vigorizantes.
Kairos sonrió -No voy a volver.
—¿Disculpe?
—Pero puedes volver —siguió Kairos, girando la cabeza para volver a mirar por la ventana.
—Su Alteza, ¿de qué está hablando? ¿Qué quiere decir con que no volverá?
—Que yo me quede no significa que tú debas hacerlo. Tienes una familia.
—¡Usted también tiene una familia, Su Alteza!
Kairos se rió y agachó brevemente la cabeza antes de volver a levantarla. —Gracias por aguantarme. Ahora vete a casa y hazle la pelota a mi hermano: sé que necesitas ese ascenso.
—¡Señor!
—No voy a volver —repitió Kairos con firmeza—. No hasta que mi hermano sucede al trono.
***
Era tarde en la noche. El aire estaba tan quieto que incluso se podían oír las velas parpadeando y chisporroteando.
—Cariño, mi precioso cariño —una mujer pálida y hermosa murmuraba en voz baja mientras se hundía en el suelo, acunando a un niño pequeño en sus brazos y acariciándole las mejillas y alisándole el pelo hacia atrás—. Mi precioso bebé, mi hermoso bebé.
En efecto, el bebé era hermoso y delicado, como una muñeca, vestido con un vestido blanco y una diadema de flores, con el pelo rojo que le llegaba hasta la cintura igual que ella. Apretado en los brazos de la mujer, el bebé lloraba: Ma… Mamá…
Pero la mujer no parecía oírle. Se limitó a acercar su cara a sus mejillas y murmurar extasiada: Qué bonita… mi pequeña Eliza.
Abrazó a la niña por los hombros con cariño y la envolvió en sus brazos. Atrapada e incapaz de escapar, la niña se atragantó: Mamá, yo… —El bebé luchó por agarrar la manga de la mujer— Yo… yo no…
No soy Eliza.
***
Con un jadeo agudo, Kairos se incorporó en la cama, despertando de su sueño. Le temblaban las manos. Cuando se tocó la frente, estaba empapada en sudor.
—Mierda… —jadeó, riéndose nerviosamente de sí mismo. Se inclinó hacia delante y enterró la cara entre sus manos. Luego apretó los puños.
A medida que se obligaba a calmarse, aquella emoción familiar y espantosa empezó a invadirlo de nuevo. Kairos apretó los dientes y sus puños se cerraron con fuerza, pero nada estaba en sus manos.
¿Por qué me visitas en sueños después de tanto tiempo, madre?
El cielo seguía oscuro afuera.
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